Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Que un presidente de Estados Unidos amenace a otros con una
intervención militar si no cumple lo que su administración ordena, es una
redundancia desde finales del siglo XIX, cuando las iniciales 13 colonias que
le dieron vida a ese país, comenzaron su expansión hacia el oeste avasallando a
los pueblos originarios de esas regiones,
destruyendo sus civilizaciones y culturas. Ya en el gobierno de John
Adams (segundo presidente de Estados Unidos) que comenzó en 1797, se aprobaron
las “Leyes de Extranjería y Sedición” que significaron, de alguna forma, la
legalización de la amenaza contra los ciudadanos de un país considerado hostil.
De manera tal que no es extraño, que Donald Trump, siguiendo
el ritual de sus antecesores haya amenazado a Venezuela con una intervención
militar, solo ha cambiado el formato: El 9 de marzo de 2015, el presidente
Barack Obama emitió un decreto que declaró a Venezuela como una amenaza para la
seguridad de Estados Unidos. Por su parte, en agosto de 2006, el presidente George
W. Bush, había afirmado que “…Chávez no era una amenaza militar”, pero aseveró
que si era “una amenaza para el debilitamiento de la democracia” (sic).
En fin, palabras más, palabras menos, la condición de pueblo
elegido que ha sido auto asumido como destino divino de Estados Unidos, le
proporciona la justificación a sus presidentes para amenazar, sancionar,
invadir, atacar, asesinar y derribar gobiernos por la fuerza en cualquier lugar
del mundo. Trump no ha querido ser la excepción, haciendo grandes méritos para
obtener el Premio Nobel de la Paz que en años recientes se le da a presidentes
que invaden otros países, el magnate estadounidense ya ha amenazado con
guerras, intervenciones militares y sanciones a Rusia, Irán, China, República
Democrática Popular de Corea, Siria, México, Cuba entre otros y ahora a
Venezuela, diciendo en este caso, que Estados Unidos tiene muchas opciones
“incluida la militar”.
Por si nadie se ha dado cuenta, lo que ha hecho es
exteriorizar un deseo para el cual se vienen preparando desde hace muchos años,
en ello se inscriben la instalación de siete bases militares en Colombia; la
reactivación de la Cuarta Flota de la Armada de Estados Unidos; la instalación
de bases militares avanzadas estadounidenses en Aruba y Curazao, la realización
del ejercicio militar Tradewinds 2017 en Barbados y en Trinidad y Tobago, a
escasos kilómetros de las costas venezolanas, con la participación de 14 países
del Caribe, además de México, Estados Unidos, Canadá Francia, Holanda y Gran
Bretaña, durante el pasado mes de junio y la realización por primera vez en la
historia, de las maniobras militares Amazon Long en la Amazonía brasileña,
durante el próximo mes de noviembre, con la participación de tropas de Brasil,
Colombia y Perú que se subordinarán a Estados Unidos, bajo una idea operativa
elaborada por su Comando Sur, son expresión fehaciente de los planes para esta
opción militar mencionada por Trump. Para los que crean que estoy paranoico,
miren el mapa, coloquen todas las acciones bélicas o pre bélicas antes
señaladas y se darán cuenta que en el centro geográfico de todos estos aprestos
operativos está Venezuela.
La pregunta que surge entonces, ¿por qué es distinto lo que
ha dicho Trump de lo que ha sido una rutina en el lenguaje agresivo de los
gobernantes estadounidenses durante los últimos 200 años? Lo que marca la diferencia, es que estamos
ante el que, tal vez sea el primer presidente estadounidense que abiertamente
ha mostrado en días recientes una idea menguada de lo que significa el legado
nazi fascista que acosa a Estados Unidos a través de supremacistas blancos no
repudiados por él, al contrario, su actitud fue de absoluta contemplación ante
el hecho (vale hacer un paréntesis para decir que el gobierno de Israel ha
guardado desvergonzado silencio frente a estos brutales acontecimientos).
También nos enfrentamos al primer presidente estadounidense que explícitamente
demuestra su práctica xenófoba, racista, misógina y homofóbica, con lo cual, de
la misma manera que Hitler, manifiesta su público desprecio hacia mucho más de
la mitad de la población del planeta.
Así mismo, es el presidente que sin arrepentimiento alguno expresa el
espíritu de la elite estadounidense que desaíra al resto de los países si no se
arrodillan ante su poder, incluso haciendo patente, públicas exhibiciones de
humillación y ofensa hacia sus pares de otras naciones, incluyendo algunos que
son sus aliados más conspicuos como Alemania, Australia y México.
Paradójicamente, la amenaza militar de Trump contra
Venezuela, no es peligrosa por la racionalidad que haya podido llevar a tal
conclusión. No sabemos si, para que Trump haya desenfundado su twitter o su
golfista verborrea, previamente hubo una junta con sus asesores, con el
Departamento de Estado, con el alto mando militar, con sus servicios de
inteligencia o con todos ellos reunidos, algunos de los cuales también
desearían intervenir militarmente en este país. Probablemente no…y eso es lo
peligroso: da opiniones y toma decisiones a partir de una irracionalidad y una
individualidad que tiene validez cuando actúa al mando de sus empresas privadas
y puede poner en juego su interés personal, pero que es de suma alarma cuando
se trata del jefe del país que tiene las fuerzas armadas más poderosas del
planeta y la mayor cantidad de armas de exterminio masivo, sean estas atómicas,
químicas o biológicas.
De ahí, el riesgo que emana de tales declaraciones no solo
para Venezuela, sino para toda la región. De ahí también, que los gobiernos
derechistas de Colombia, Perú, México y Chile, entre otros, cuyas cancillerías,
cual marionetas que se mueven bajo los hilos del Departamento de Estado, hacen
el trabajo sucio que la OEA no pudo realizar, se hayan, -sin embargo-
apresurado a rechazar las declaraciones imperiales e intervencionistas de
Trump.
No lo hicieron por amor o preocupación por Venezuela y su
pueblo (chavista o no), sino porque inmersos en un desprestigio generalizado,
la mayoría con índices de popularidad que no rebasan el 20 % (el usurpador
Temer tiene solo 5%), saben que un asalto armado a Venezuela, y la eventual
respuesta del pueblo y sus fuerzas armadas, extenderán el conflicto fuera de
nuestras fronteras con consecuencias internas inmediatas: muy probablemente las
FARC y el ELN se verían obligados a retornar a la guerra cuando las fuerzas
armadas de Estados Unidos irrumpan en Colombia, o ¿es que acaso en el Medio
Oriente, se ha circunscrito estrictamente a los países que ha agredido?, la
lucha armada tomaría cuerpo nuevamente en algunos países de América Latina, en
otros, la izquierda cobraría nuevas fuerzas en momentos de una feroz arremetida
neoliberal y ultra conservadora, las débiles alianzas entre sectores social
demócratas y de derecha que gobiernan en Chile, Uruguay, México, Ecuador y
República Dominicana por ejemplo, quedarían superadas, decenas de miles o tal
vez centenares de miles de refugiados
(como en el Medio Oriente) irrumpirían
en los países cercanos generando desestabilización y creando caos laboral,
económico y social. Basta mirar lo que está ocurriendo al respecto en la
“civilizada “Europa.
Así, la irracionalidad de Trump ha tenido que ser repelida
hipócritamente por estos mandatarios que hoy se ubican incluso, a la derecha de
la derecha venezolana, cuando una buena parte de estos han decidido participar
en las elecciones locales que por decisión de la Asamblea Nacional
Constituyente (ANC), se han adelantado para octubre, en la búsqueda de la paz
necesaria y el diálogo ineludible.
En su desesperado apoyo al terrorismo, Peña Nieto, Bachelet,
Santos, Kuczynski, Macri y compañía siguen negando validez a las elecciones del
30 de julio, aun cuando la participación de la oposición en ellas signifique el
reconocimiento –sino explícito-, al menos tácito de la ANC del Consejo Nacional
Electoral y de toda la institucionalidad del país. Son tan hipócritas que
rechazan la agresión militar de Trump, pero apoyan las acciones terroristas y
los desmanes violentos que fueron derrotados por el pueblo venezolano y las
fuerzas armadas y de seguridad.
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