Desafíos de la comunicación política en el cambio de época

Como una pieza para la lectura sosegada, reflexiva y puesta en práctica, Plataforma de Periodista Lara, acerca la ponencia de Freddy Ñáñez, Vicepresidente de Comunicación Cultura y Turismo. Ministro de Comunicación e Información del gobierno bolivariano. El Homo sapiens, desde sus albores, ha construido su civilización sobre la base de la palabra. La comunicación fue el soporte primigenio de su evolución biológica, social y cultural. Gracias al lenguaje, se conformaron estructuras simbólicas que permitieron la cooperación, la memoria y la transmisión del conocimiento. Más de siete mil lenguas vivas, la invención de tecnologías como la escritura y la imprenta, los medios masivos como la radio, el cine y la televisión y más recientemente —en la era digital— el internet, las plataformas multimedias y los modelos de lenguaje de la inteligencia artificial, son testimonios de esa diversidad comunicacional que dio forma a los sistemas de organización humana hasta hoy conocidos. Sin embargo, trescientos mil años después, nos encontramos en lo que podría denominarse el peor momento comunicacional de la historia. La humanidad, dotada de los más avanzados dispositivos tecnológicos para interconectarse, padece una profunda crisis de la verdad lo cual impide el diálogo intercivilizatorio, intercultural e intersubjetivo. Esta paradoja debe comprenderse en términos políticos y geopolíticos: la comunicación, en lugar de emancipar, ha sido privatizada, mercantilizada e instrumentalizada por intereses hegemónicos que la reducen a un mecanismo de control y dominación global. En el siglo XXI la comunicación está dejando de ser un derecho humano y una práctica comunitaria libre y veraz para transformarse en un arma de las corporaciones trasnacionales que monopolizan los flujos de información, los algoritmos de interacción y las representaciones simbólicas que alteran el mundo. De esta manera, el orden comunicacional vigente refuerza las divisiones entre el Norte y el Sur, entre el centro y la periferia, entre el poder y la vida. Nos enfrentamos así a un nuevo régimen de desigualdad tecnológica y falsificación de la verdad que afecta no solo la capacidad de los pueblos para narrarse a sí mismos, sino también su posibilidad de pensar, deliberar y decidir libre y soberanamente. En el año 2020, el presidente Nicolás Maduro identificó una serie de síntomas que configuran lo él mismo que denominó como un cambio de época. El primero de ellos fue el inicio de la guerra de la OTAN contra Rusia —con Ucrania como escenario—, considerada una de las primeras guerras tecnológicas del siglo XXI que interrumpió la tensa calma de las últimas siete décadas, erosionando el Derecho Internacional. Este acontecimiento nos permitió entender que había nacido otro mundo alternativo constituido por potencias emergentes con Rusia y China a la cabeza, y con un nuevo criterio globalizador sin hegemonismos y claramente post occidental. El segundo síntoma fue la pandemia de la COVID-19, que desnudó las contradicciones estructurales del viejo sistema: la desigualdad, el egoísmo y la fragilidad ética de las democracias neoliberales. El tercer síntoma, y no menos importante, alude a la crisis estructural del capitalismo, cuyas contradicciones internas han derivado en una concentración de la riqueza sin precedentes, en el desplazamiento de la economía real por la economía especulativa, y el colapso de los equilibrios ecológicos y sociales del planeta. Este modelo, sostenido sobre el consumo ilimitado, amenza nada mas y nada menos que lareproducción de la vida tal como la conocemos. El cuarto síntoma es el que hoy nos ocupa: la emergencia de nuevas tecnologías disruptivas en el campo de la comunicación y la información, para ser precisos: las redes sociales, la Inteligencia Artificial y la computación cuántica. Estas tecnologías, por supuesto, no son neutras; configuran realidades, moldean las percepciones y reestructuran las formas de poder. Estamos en la oscura era de la posverdad. No es gratuito que en este nuevo ecosistema digital asistamos al resurgimiento del fascismo y el nazismo, así como al incremento de conflictos regionales determinados por el miedo, los fake news, la manipulación masiva e individualizada y la falsificación de la realidad. Las redes sociales son los medios de comunicación hegemónicos del presente. Según diversos estudios, hoy la humanidad se informa, se comunica y se entretiene a través de las plataformas digitales como YouTube, Facebook, Tiktok, Instagram, WhatsApp, X, entre otras; pero no solo eso, estas plataformas también constituyen la nueva manera de relacionamiento humano, de producción y trabajo, de comercio y consumo material. En otras palabras, sustituyen con cada vez más fuerza la vida real de las personas. Todas las teorías en torno a la tecnología, desde las más pesimistas hasta las más positivas e ingenuas, coinciden en algo: el peligroso poder de transformación conductual que tienen las nuevas tecnologías en la humanidad. En menos de 10 años las redes sociales han cambiado la conducta y la dinámica social planetaria. Pero en menos de 3 años la Inteligencia Artificial hará el resto. Este hecho nos confirma que toda guerra comienza como una guerra cultural. Antes de conquistar territorios, los imperios necesitan conquistar el imaginario, la memoria, en suma: las mentes. La guerra comunicacional, por tanto, tiene la misma edad que las guerras cinéticas. Sin embargo, en la contemporaneidad, su sofisticación técnica y política ha alcanzado niveles inéditos. Podemos distinguir al menos tres fases: la guerra informativa, la guerra psicológica y la guerra cognitiva. La guerra informativa se basa en el control de los flujos de información, la manipulación mediática y la censura. Consiste en imponer una narrativa dominante mediante la editorialización de la realidad. La guerra psicológica, por su parte, busca el control emocional de las masas, socavando la autopercepción, gobernando los deseos y exacerbando los miedos. Finalmente, la guerra cognitiva representa una escala superior: la militarización de la opinón pública, la colonización del pensamiento y la supresión de la voluntad. Es una guerra sin bombas, pero con efectos devastadores en la conciencia colectiva, como lo reconoce la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)  en el documento homónimo elaborado por François du Cluzel, quien propone sin escrúpulos la “conquista del cerebro humano”. Occidente utiliza las tecnologías de la información, la inteligencia artificial y los entornos digitales como la artillería de las guerras actuales y futuras donde los datos de cada persona se usan como coordenadas de las agresiones invisibles y silenciosas. La guerra cognitiva no es entonces una predicción: está en desarrollo. Su campo de batalla es la mente, su objetivo es el comportamiento, y su arma principal es la tecnología digital capaz de hackear el cerebro humano, de inducir emociones, reducir la memoria histórica, distorsionar el lenguaje y disolver la identidad cultural. Durante la llamada Primavera Árabe (2010) se observaron ya los primeros indicios de este fenómeno: fueron las plataformas tecnológicas y no los ejércitos el instrumento de los cambios de regímenes. Sin ir muy lejos, Venezuela ha sido también objeto de agresiones multiformes de esta naturaleza desde 2006. Un ejemplo concreto es la campaña de desinformación construida en torno a narrativas falsas diseñadas por Estados Unidos, como “el Tren de Aragua” o “el Cartel de los Soles”, mentiras utilizadas para erosionar la imagen del Estado, desmoralizar a la población y generar desconfianza institucional. La misma estrategia usada contra Irak en 2003. Pero la verdad es que, en contraste con esos relatos, tanto los informes de la propia Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) como los reportes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y la DEA, reconocen que más del 94% del tráfico internacional de drogas de la región se moviliza por la ruta del océano Pacífico, y que Venezuela es irrelevante en el tema de drogas. Estas cifras desmienten de manera categórica la instrumentalización mediática que pretende vincular al país con dinámicas que no le corresponden, confirmando que el propósito de tales campañas es el de justificar la agresión militar. No olvidemos otros ejemplos lamentables como la inoculación de la rusofobia, la islamofobia o la chinofobia también preludios de agresiones similares. El objetivo: mantener activa una matriz internacional de descrédito y justificar la injerencia a nuestras naciones. Frente a esta ofensiva, la respuesta no puede ser técnica sino en esencia política. No puede ser aislada sino conjunta. Implica sacar a nuestros países de la subordinación tecnológica occidental y crear en conjunto un nuevo modelo comunicacional. Para ello se requiere en primer lugar, la actualización de las teorías de la comunicación para comprender la coyuntura. En segundo lugar, es necesario legislar, en sintonía con el modelo emergente de gobernanza global, a favor de la protección y seguridad digital, la salud mental, la democracia real y la soberanía cognitiva d enuestros pueblos. En tercer lugar, se debe fomentar la formación en pensamiento crítico, comunicación política y alfabetización digital de los ciudadanos. Y finalmente, resulta indispensable fortalecer la organización social como fundamento para resistir la fragmentación cultural, la desinformación y la colonización simbólica promovidas por los grandes consorcios mediáticos y tecnológicos. Excelencias: una ciudadanía informada y organizada constituye la base de toda ofensiva cultural, capaz de transformar la comunicación en un ejercicio de conciencia, solidaridad y acción colectiva. Permítanme consignar a este foro la experiencia venezolana: un método de acción denominado “Calles, Redes, Medios, Paredes y Radio Bemba”, concebido por el propio presidente Nicolás Maduro, como una herramienta de educación popular, articulación territorial y movilización comunicacional, que ha sido efectiva para contrarrestar la guerra cognitiva aplicada contra nuestro país. La mayor pueba de ello es que pese a los ataques Venezuela está más unida que nunca en la consolidación de su independencia y su derecho a la paz. En conclusión: no podemos permitir que la comunicación, que fundó al Homo sapiens y garantizó su evolución durante más 300 mil años, como herramienta para superar las guerras tribales y fomentar la cooperación, se convierta hoy en el instrumento para generar guerras planetarias. Es imperativo avanzar hacia una comunicación radicalmente humana, es decir: orientada al bien común, al entendimiento entre los pueblos. El Sur Global está llamado a crear el nuevo paradigma de la comunicación para el siglo XXI. Un pueblo organizado, alfabetizado digitalmente y consciente de su papel en la guerra cognitiva representa una vanguardia civilizatoria frente a la barbarie tecnohegemónica. Pero esta tarea no puede concretarse sin el desarrollo tecnológico soberano, entendido como la capacidad de los pueblos para crear, adaptar y gobernar sus propias infraestructuras digitales, sus plataformas comunicacionales y sus sistemas de conocimiento. El presidente Putin a proposito de los 20 años de RT, dijo que “Para ganar esta batalla, es necesario seguir utilizando un arma estratégica secreta, de alta precisión y alcance intercontinental: la verdad”. Construir una comunicación al servicio de la verdad es hoy un deber científico, ético y político y humano. En ello se juega el futuro del pensamiento, la libertad, la paz, es decir, la vida misma.  GRACIAS.! Ponencia dada a conocer en importante evento en Rusia.